El dominio visigótico se afianza y organiza en España durante el reinado de Leovigildo. Asociado primero a su hermano Liuva, quedó después como único soberano en el año 573. Tan pronto como quedó solo, asoció al gobierno del reino a sus dos hijos, Hermenegildo y Recaredo, destinados en su proyecto a que le sucedieran en el trono visigótico, al menos, alguno de los dos. Este sistema para prevenir la elección del sucesor y asegurar la monarquía en la propia familia constituía un tiránico abuso del poder, en contra del principio germánico para la libre designación del monarca. Posiblemente a esta causa hubieron de atribuirse muchas de las conjuras abortadas durante su reinado, surgidas en el seno de la nobleza, que veía así menoscabados sus derechos al trono, y atizadas posiblemente por los reinos vecinos, deseosos de minar de cualquier forma la pujanza creciente de Leovigildo.
S. Hermenegildo |
En segundas nupcias había contraído matrimonio con la viuda del rey Atanagildo, Godsuinta, de quien algún cronista nos dice que era tuerta de cuerpo y alma. Godsuinta, mujer elemental, tenía clavada en las entrañas una trágica espina, pues una de sus hijas, habidas de su primer matrimonio, Gelesuinta, casada con el rey franco Luilperico de Rouen, había sido asesinada por orden de su esposo, quien la hizo matar en el mismo lecho conyugal. El hecho de que un católico como Luilperico hubiera dado muerte a su hija dejó en el alma arriana de Godsuinta un poso tal de amargura y deseos de venganza contra todo lo católico, que tendría muy pronto trascendentales y sangrientas consecuencias.
El año 579 trajo jornadas jubilosas para el reino visigótico. En él se verificó el enlace matrimonial de la princesa Ingunde con el primogénito Hermenegildo. La esposa era nieta de la reina Godsuinta, que a su vez era madrastra de Hermenegildo.
Las perspectivas de felicidad se vieron enturbiadas: Ingunde era católica; los componentes de la familia y corte real eran arrianos. Entre ellos influía poderosamente Godsuinta, que albergaba contra los católicos un odio visceral de madre vengativa. Intentó perseverantemente, primero con ternura de abuela, después con amenazas de reina violenta, que Ingunde renunciase al catolicismo y recibiera el bautismo arriano.
Para evitar escenas violentas que no pudieron menos de trascender desde la intimidad doméstica al pueblo, integrado en su mayoría por hispano-romanos católicos, se arbitró el recurso de trasladar al nuevo matrimonio desde la corte de Toledo a Sevilla, territorio fronterizo con el de los bizantinos y que necesitaba un representante del rey digno de toda confianza y seguridad. Allí el matrimonio viviría en paz, no estorbarían las medidas persecutorias contra los católicos, proyectadas por Leovigildo, y con el tiempo se pondría fin a la firmeza religiosa de Ingunde, que debía ser casi una adolescente.
Instalado Hermenegildo en Sevilla como gobernador de la Bética, rodeado de una corte adicta, vio renacer la paz doméstica. Ingunde pudo profesar libremente su catolicismo y gozar de las primicias maternales con el nacimiento de un hijo, a quien se puso de nombre Atanagildo.
Coincide la llegada de Hermenegildo con el pontificado de San Leandro, el primogénito de aquellos cuatro santos hermanos que, oriundos de Cartagena, pasaron al territorio visigótico, donde desde las cátedras episcopales o desde el claustro se constituyeron en lumbreras y ejemplos de la época.
S. Leandro, Obispo de Sevilla en tiempo de Hermenegildo. |
Como consecuencia al continuado trato del príncipe con el obispo y a las reiteradas insinuaciones de Ingunde, Hermenegildo se convirtió al cristianismo. La conversión de Hermenegildo produjo dos efectos encontrados: en la corte toledana enfureció al monarca, aguijoneado por la irreprimible cólera anticatólica de Godsuinta y su círculo de fanáticos arrianos. En la Bética, por el contrario, los resistentes se agruparon en torno al gobernador de la provincia, en quien adivinaban al defensor de sus ideales religiosos y políticos. El duelo estaba entablado desde el primer momento trágicamente. Los pueblos limítrofes, suevos, bizantinos y francos, católicos todos, midieron la magnitud de los acontecimientos que se avecinaban y se pusieron alerta para sacar de ellos el mejor partido.
Leovigildo, puesto al tanto de los acontecimientos, exigió a su hijo que volviera al arrianismo, así como su presencia inmediata en la corte de Toledo. Ignorando ambas órdenes, Hermenegildo se proclamó rey de la Bética.
No tardó el rey toledano en armar un poderoso ejército que, tras someter castillos y poblaciones afines al rey católico, sometió a la ciudad de Sevilla a un prolongado asedio. Leovigildo, estratega astuto, incluso desvió el curso del Guadalquivir para impedir el auxilio de las tropas bizantinas.
Tras varios meses, Hermenegildo huyó, acompañado de tan sólo veinte caballeros, al castillo de San Juan de Aznalfarache, donde resistió el asedio varios días más, hasta que la fatiga y el hambre consiguieron su rendición.
Cargado de cadenas, Hermenegildo regresó a Sevilla, siendo confinado en la Torre de la Puerta de Córdoba, lugar en el que hoy día se encuentra precisamente la Iglesia que lleva el nombre del rey católico. Se intentó que abjurara de su fe, pero el monarca fue inquebrantable. Finalmente, y ante el temor de un levantamiento popular, fue trasladado a Tarragona, lugar en el que fue decapitado por el conde Sisberto el 13 de abril de 585.
S. Hermenegildo, iglesia conmemorativa. |